"Y tus campos de flores bordados, es la copia feliz del edén"
14 de Octubre de 2015
Este verso de nuestra canción nacional lo hemos cantado con especial fuerza y entusiasmo en estos días de fiestas patrias. Nuestra tierra es para agradecerla y el mejor modo de hacerlo es cuidarla.

Como estas semanas hemos podido leer en las Carteleras del Metro, nos toca hacer realidad nuestro himno; nos toca sumarnos a las mujeres y hombres de buena voluntad y levantar la voz para que todos estemos sanamente orgullos de nuestros campos de flores bordados.

Con este canto todavía en nuestros labios, con la llegada de la primavera y, sobre todo, ayudados con la Encíclica Laudato Si del Papa Francisco vamos a decidirnos a llamar a esta tierra nuestra “hermana”, “madre” o incluso “cuerpo” de Dios. Como hace el Papa, optamos, sobre todo, por considerarla nuestra “casa”. Es bueno recordar que casa en griego se dice “oikos” y de ahí en castellano se originan palabras como Ecología, Economía y Ecumenismo.

La casa es nuestro hogar, la habitamos, limpiamos, cuidamos y reparamos; nos acoge, nos protege o nos guarda. Se trata de responder al reto de vivir y convivir en una misma casa, pese a ser diferentes quienes la habitamos. En ella no solo sobrevivimos; la meta es vivir bien y a gusto. A la casa llegamos con ganas. En ella encontramos lo que más necesitamos y de ella nos vamos, llevando paz y alegría. En la casa nos alimentamos, descansamos, estamos bien y hacemos estar bien. Es nuestra vivienda. Por eso en nuestras casas acogemos y hacemos sentir a todos como en “su propia casa”. En la casa nos hacemos familia y como tal nos vemos con todo lo creado por la amorosa mano de Dios. La casa implica familia. Por eso el Papa en la encíclica habla a toda la familia humana y establece un diálogo con todas las personas que habitan esta casa. (LS, 3). ¡Qué triste es no tener casa y tener que ser “gente de la calle”!.

La atenta lectura del Documento del Papa, Laudato Si se merece una atención especial de todos los integrantes de la educación marianista de Chile. Trae unas orientaciones muy precisas para nuestra tarea educativa; esas orientaciones no son menos importantes que las que nos ofrecen la reforma educacional que estamos comenzando a vivir. El Papa habla de lo grande y desciende también a los detalles. Una educación ecológica ayuda a cultivar y cuidar la vida, a usar correctamente las cosas, al orden y la limpieza, al respeto del ecosistema local y a la protección de todos los seres creados, a la austeridad razonable, a la contemplación agradecida de la tierra y al cuidado de la fragilidad de los pobres y del ambiente, a no olvidar que de hecho “nada ni nadie es basura”.

En esta carta uno puede encontrar elementos para un decálogo para aprender a vivir responsablemente y de forma nueva en la tierra de nuestro colegio que es una parte de la madre tierra en la que hay plantas y jardín, agua y luz, vida y desechos. Decálogo que en un cierto sentido ya lo iniciaba en su tiempo Gabriela Mistral:

“Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú.

Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú.

Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú.

Sé tú el que aparta la piedra del camino.”

 La lectura atenta de Laudato Si pide cambios en nuestro modo de relacionarnos y de tratar la naturaleza. También en esa asignatura hay que adquirir y desarrollar competencias y hábitos que nos lleven a sacarnos nota 7. Para ello estas serían algunas de las buenas costumbres y hábitos que hay que cultivar las 24 horas del día y, de una manera especial, las que pasamos en el aula, los patios, los baños, el comedor, la capilla, el gimnasio. Hay una ecología de la vida cotidiana que hay que saber cultivar (LS 147-162). Ella nos exige:

  1. Plantar y multiplicar los árboles y las flores. Alimentarlas como corresponde con la debida protección y cuidado.
  2. Evitar o reducir el consumo del agua y, en todo caso, usarlo debidamente.
  3. Encender y apagar cuando corresponda la luz. No gastar más energía que la necesaria.
  4. Botar los papeles en su debido lugar y reducir todo lo que es desechable. Utilizar todo lo más que se pueda. No ensuciar y menos destruir. Separar los residuos, evitar el uso de material plástico.
  5. Agradecer la tierra que tenemos, las montañas que nos rodean, los frutos de la naturaleza que podemos comer, el paisaje que podemos contemplar. ¡Por ello alabado sea el Señor!
  6. Tratar con cariño los animales.
  7. Protestar debidamente cuando se deteriora la naturaleza y tanto los paisajes como el uso de las fuentes naturales de energía evitando los daños ambientales.
  8. No ser consumista; no contaminar; aprender a reciclar. Cocinar solo lo que se va a comer.
  9. Apostar por un estilo de vida sencillo. Aprender a vivir con lo necesario y huir de lo superfluo. Utilizar el transporte público o compartir el mismo vehículo varias personas.
  10. Vivir y difundir un nuevo paradigma del ser humano marcado, sobre todo, por una nueva y valiosa relación con la naturaleza. Ese paradigma nos lleva a optar por una vida sana, sobria, marcada por la gratitud con Dios y la gratuidad con los demás, por el gozar con lo poco y la honestidad y transparencia.

Estos esfuerzos en el contexto escolar no van a cambiar el mundo, pero derraman un buen hacer en la sociedad y en nuestra tierra. Pueden ser semillas que algún día producirán buenos frutos. Por supuesto, nuestras luchas y preocupaciones por el planeta nos dejarán marcados por el gozo de la esperanza. Como ya denunciaba E. Galeano,“estamos en plena cultura del envase. El contrato de matrimonio importa más que el amor, el funeral más que el muerto, la ropa más que el cuerpo y la misa más que Dios”. Pero pese a la gravedad de la denuncia de un sistema que idolatra el capital y abusa de la hegemonía del monopolio tecno-económico y del recuento de los desastres, tenemos que sembrar esperanza y ser optimistas frente al potencial humano y reconocer los logros que podemos alcanzar si confesamos nuestra fe en el poder de la acción de Dios en la historia. La injusticia no es invencible (L.S. 74).

Desarrollado por Iglesia.cl