TESTIMONIO DE UN EX ALUMNO MARIANISTA
26 de Marzo de 2014
Mi nombre es Ignacio Lira, soy periodista y tengo 30 años. Los últimos ocho los he dedicado a mi trabajo en diversos medios de comunicación, actualmente en radio. Pero antes de mi carrera profesional, mi vida familiar y las elecciones que a todos nos van definiendo como individuos, estuvo la formación. He sido invitado a escribir sobre mi experiencia como estudiante de un colegio marianista. Pasé toda mi educación básica y media en el Instituto Miguel León Prado, del cual egresé en 2001. Soy parte de una generación que comenzó su camino en un antiguo edificio donde sólo se graduaban hombres para terminar su proceso en un colegio remodelado, mixto, distinto. Tuve la oportunidad de compartir con un curso numeroso de personas iguales a mí y a la vez enormemente diferentes. El primer valor que quiero rescatar de este relato es el encuentro con la diversidad.

Entre los grandes puntos del debate sobre la educación chilena está el rol que juegan en el desarrollo social. Cuando se hace bien permite a un niño convivir con distintas realidades y lamentablemente perpetúa estereotipos cuando la ecuación no funciona. Me siento afortunado al decir que fui parte del primer caso, que en los compañeros que encontré tuve un acercamiento positivo a experiencias de vida distintas a la mía desde el colegio y que el intercambio fue enriquecedor.

Mis sensaciones sobre este pasado escolar son muy de piel, emocionales, porque están cruzadas por la nostalgia. Tengo la memoria de un colegio abierto y grande, donde con los amigos pasábamos muchos ratos fuera del horario de clases. Sencillamente nos gustaba estar ahí. Volvíamos en las tardes a jugar en las canchas y conversar en el pasto. Lo hacíamos porque era un punto común, acogedor, y porque con el tiempo me cuenta de algo muy valioso: lo sentíamos nuestro. La relación no sólo fue funcional, había un sentimiento de pertenencia. Que las tardes y hasta los fines de semana siempre tuvieran mucho movimiento y actividades es una muestra de que esto se hizo patente para muchos de nosotros. Teníamos en el IMLP un colegio, pero por sobre todo una comunidad.

Es lo que más agradezco. Haber sido protagonista de una comunidad educativa que extendía lazos familiares entre sus integrantes. En el trato siempre cercano con los profesores y administrativos, en las actividades extraprogramáticas que fomentaban esa identificación como los scouts, las disciplinas deportivas. Existía una carga especial, un sentido de que no se era sólo un estudiante. La perspectiva marianista de mirar y privilegiar el factor humano es un valor que aprendí ahí y que me sigue acompañando.

Ignacio Lira
Ex alumno marianista.

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