Son las 7 de la tarde. Ya es de noche. El frío arrecia. Golpean la puerta de la oficina y entra un hombre, alto, de unos 40 años, haitiano. Hace unos días falleció su pareja dejándole una hija de cuatro años. Arrienda una pieza en la población por $ 110.000.- Como está atrasado en el pago el dueño no le deja entrar, ni para sacar sus cosas. Duerme en la calle con la niña. Desesperado busca como conseguir la plata que le falta. Ni sus propios compatriotas logran ayudarle.

El grupo de “Narcóticos anónimos” solicitan una sala en la parroquia para instalar un “cuarto” (así llaman a los locales de acogida) una vez a la semana. Comienza a agrandarse el grupo de los asistentes y lo amplían a dos y a tres días semanales consecutivamente.  Llegan de 10 a 12 interesados en “limpiarse”. De pronto comienzan a desaparecer. Los responsables comentan entristecidos: “Han ido recayendo”.

La droga está haciendo estragos. Cada vez son más las familias que en su seno tienen un adicto: a la droga, al alcohol, ludópata...

A la luz de estas realidades, o de otras muchas parecidas, Jesús nos invita a que actuemos de tal manera para que un día podamos escuchar su llamada: “!Vengan benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sedme dieron de beber, estaba enfermo y me cuidaron, estaba preso y me visitaron, era forastero y me acogieron!... Cada vez que lo hicieron con uno de estos mis hermanos pequeños, conmigo lo hicieron.”(Mt 24, 34-36)

P. Alvaro Lapetra, sm Párroco

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