Con su muerte “el pueblo de Lloró quedó triste cuando llegó la noticia; la naturaleza también lo sintió. La tarde se oscureció. Cayó tremenda tempestad en la noche. Hubo un frío intenso, porque Michel había traído mucha alegría a nuestro pueblo y ya no estaba. Hubo una tristeza de varios días en el pueblo. No sé ni cómo explicarlo. Lloró lloró entero” (Testimonio de Aida Luz Mosquera de las Comunidades Laicas Marianistas de Lloró).
Conocí a Michel y lo admiré mucho; llegué a descubrir en él, y así se lo compartí más de una vez, que su vida estaba siendo una estupenda mezcla de juventud, fe viva, alegría y entrega. Él se buscó esa palabra colombiana -“berraquera”- para expresar la mucha fuerza y ganas de generosidad que llevaba dentro de su corazón y puso en su rostro, sus manos y sus pies. Sus 26 años entre nosotros fueron suficientes para aprender a vivir y para vivir la vocación marianista con intensidad y con fortaleza. Las tres tareas a las que no renunció, sino que se entregó con ganas fueron la de responder con excelencia y esfuerzo constante a sus estudios, la de comprometerse en el servicio generoso y la de cuidar mucho su vida de oración. Bien podemos decir que en pocos años supo llenar su vida de entrega a la misión y de sabiduría para hacerlo todo muy bien y con intensidad.
Michel fue fruto de una familia campesina del departamento de Cundinamarca. De ese contexto y de los primeros años de su vida nos queda una anécdota contada por sus padres: “Un día se le ocurrió a Michel, siendo muy niño, hacer una altar a la Virgen María junto a un árbol muy grande, con leña, palos y tablas. A él se le ocurrió también decir que era la casa de su Madre del Cielo. Consiguió las mejores flores del lugar y las colocó con sumo cuidado, de tal forma que el conjunto fue una verdadera obra artística. Allí se arrodillaba largos ratos con su hermana Dolly y Freddy y cruzaban sus manitas para orar juntos”. Creció y estudió en la ciudad de Bogotá y allí se hizo marianista y alimentó su gran vocación que en 1997 resumía de esta manera: “Tengo el deseo de darme a fondo a Aquel que no tiene fondo, Jesús. Para mí ese fondo es el seguimiento de Jesús en la vida marianista”. Trabajó en Lloró, fue un incansable defensor de los indígenas y afrocolombianos. Allí vivió el riesgo constante de su vida entregada y allí le llegó la muerte el 18 de septiembre del 1989.
En las orillas de río Atrato, donde Michel recibió los disparos en su corazón, se levanta una gran cruz de color blanco con palabras muy inspiradoras: “Michel… vida ofrecida por amor y defensa de los más humildes”. Mirarla es una invitación a vivir a fondo las implicaciones de nuestra vocación marianista.
¿Qué podemos aprender grandes y chicos de este joven marianista? A dar mucho en poco tiempo, a llenar de generosidad nuestras vidas, a vivir con un rostro alegre y apasionado, a arriesgar la vida, a estar cerca y a defender a los pobres, a vivir la vida con berraquera, a tener la misma vocación, la llamada marianista que él tuvo y a responder a ella con entusiasmo, a levantar la voz ante la injusticia manifiesta y a asumir las consecuencias, a contagiar la fe… ¡Qué bueno será si se multiplican los Michel en nuestros colegios, parroquias, grupos juveniles, CLM, comunidades religiosas de Chile! ¡Qué bueno tener su imagen y su foto y mirarle y pedirle que nos envíe la gracia de estar animados por su mismo espíritu! ¡Qué bueno orar con la misma oración que Michel rezaba cada día después de la comunión!
“Señor Jesús,
Une tu vida con mi vida, une mi vida con tu vida,
Une nuestras vidas con las vidas de todos los demás,
Para que yo sepa compartir y ser hermano
E ir construyendo en este mundo el Reino de Dios, nuestro Padre,
En justicia, vida y liberación para los pobres y oprimidos
Desde mi caminar marianista tras las huellas del Resucitado.
Amén”.
P. José María Arnaiz