Pero sobre todo, queremos hacer de octubre el Mes de la Familia. De esa familia que es el centro de nuestras vidas. No sólo donde se encuentran las raíces de nuestra existencia, sino generalmente también las raíces de nuestra fe.
Cuando le preguntaron a Jesús qué era lo más importante de la ley de Dios, respondió escuetamente: “Amar al Señor tu Dios con todo tu corazón y amar al prójimo como a sí mismo” (cf.Mt 22, 34-40).
En realidad son los desafíos para toda familia que desee seguir a Jesús. Amar a Dios seguro que nos habrá resultado más fácil si crecimos en un grupo familiar donde Dios estaba en el centro del mismo, era importante, se le invocaba, agradecía, suplicaba, alababa. Y sobre todo si ello se hacía en familia, tanto en la casa como acudiendo al templo para participar en la eucaristía y en otras celebraciones.
Al mismo tiempo probablemente pudimos ir descubriendo lo que era amar al prójimo al crecer en un entorno donde realmente se daba el amor de unos con otros. Donde era manifiesto la ternura y amor mutuo de los responsables del hogar; la preocupación por el bienestar de los demás; la acogida generosa y cordial a todos los que llamaban a las puertas de la casa, especialmente a los más necesitados; el cariño especial por los más ancianos y los enfermos; la preocupación para que los niños creciesen alegres, sintiéndose queridos y protegidos.
Pidamos al Señor, por la mediación de María su Madre, que en este mes de octubre podamos acrecentar el amor en cada uno de nuestros grupos familiares.
P. Alvaro Lapetra, sm Párroco
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