A pesar de las dificultades que con frecuencia se encuentran para mantenerla unida parece que todos anhelamos y buscamos esa dimensión de profunda afectividad que posee en su misma esencia y
que nos hace más humanos capacitándonos para amar y ser amados. Pero es una planta que hay que cuidar con decisión y perseverancia a través del cariño, la acogida, el respeto, el diálogo, el servicio y tantos otros valores que hay que cultivar en ella. Es un hecho que en la medida que se viva tratando de que todos estén atentos a lo que hará más agradable la vida al resto de sus integrantes será germen de profunda felicidad. Todo ello de alguna manera se facilita en la medida que la familia se convierta en una comunidad, que los cristianos podemos llamar “iglesia doméstica”, donde el Dios de Amor que Jesús nos muestra se hace presente. La familia en la que se cultiva el amor y la misericordia tanto hacia dentro de sí misma como hacia su entorno se convierte en un potente medio evangelizador del mundo en el que está inserta.
P. Alvaro Lapetra, sm Párroco
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