Actualmente, muchos niños con Necesidades Educativas Especiales (NEE) son excluidos de los colegios tradicionales. Según cifras de la Unesco, 1 de cada 5 niños tiene alguna NEE, que se distinguen entre transitorias, que agrupa al trastorno específico del lenguaje, coeficiente intelectual en rango limítrofe, problemas de aprendizaje, déficit atencional con o sin hiperactividad; y las NEE permanentes donde se incluyen al autismo, la disfasia y las discapacidad intelectual, visual y auditiva.
En Chile son cerca de 1 millón de niños que tienen alguna NEE, que pertenecen a todos los sectores socioeconómicos, pero que se concentran en los segmentos más vulnerables de la población.
En este sentido, para la Iglesia es mensaje de Jesús ser inclusivo, porque responde con verdadera humanidad a las búsquedas e interrogantes más sentidas de las personas y de los pueblos. “Los cristianos creemos eso, porque nuestra tradición religiosa se sustenta en el Misterio de la Encarnación. Dios se hace hombre en la persona de Jesús. Esta originalidad ayuda a comprender del deseo que tiene Dios de ser incluido en la convivencia humana. Y en esta realidad, desde el Evangelio constatamos que el mensaje de Jesús no es neutral pues siempre está del lado de los pobres, de los indefensos, de quienes tienen menos privilegios”, sostiene el vicario para la Educación, Tomás Scherz.
La inclusión escolar promueve valores. A diferencia de la selección, la inclusión parte de una premisa fundamental: cada estudiante, independiente de su situación, posee todo el potencial y las posibilidades para ser protagonista de su proceso de aprendizaje. Esto pone a la escuela en el desafío de ser una comunidad creadora de condiciones para que esta premisa se materialice, valorando la singularidad de cada estudiante, lo cual repercute en un ambiente sano, seguro y bondadoso que marca el sello de la colectividad. Asimismo promueve la heterogeneidad, la universalidad, el respeto y el reconocimiento del otro como un ser singular.
Para el padre Scherz, la implementación de un programa de inclusión escolar no está ajena de desafíos y, en este sentido, es vital tratar de asumir desde los proyectos educativos una estrategia cultural, pedagógica y de comunicación con las familias, que no solo implique una aceptación pasiva del distinto, de una “coexistencia” con el vulnerable, el discapacitado, del que tiene un distinto capital cultural, social, sino que también elaborar una acción conjunta que enseñe a ser buenos prójimos y a ser activos con ellos para crecer en excelencia y no ver en ello una amenaza. “El colegio tiene el desafío de adecuar su estructura y cultura a las potencialidades y necesidades educativas de cada estudiante; reflexionar sobre la construcción cultural de la diferencia para establecer un trato humano basado en la dignidad y comprender la diversidad como una riqueza pedagógica”, sostiene.
¿Cómo fomentar la inclusión en el sistema escolar?
La ley ayuda mucho, pero creo que es bueno redescubrir aspectos positivos en la educación integral. En eso estamos al debe. Sin embargo, hay dimensiones que no requieren mucha prolijidad pedagógica. Sabemos lo positivo que redunda en la convivencia cívica, en la no discriminación, en el desprejuicio ciudadano, en la integración cultural, migratoria y religiosa. El fomento de la inclusión escolar pasa también por reconocer los dispositivos culturales segregadores o discriminadores que se han naturalizado en las escuelas. Este reconocimiento es un paso fundamental para su corrección de modo que puedan activarse cambios culturales. La inclusión pone en evidencia tres nudos críticos del sistema escolar: el acceso, la convivencia y el currículo. Se pueden superar barreras estructurales por la vía legal, pero es necesario además que la cultura escolar se autocomprenda, de suyo heterogénea y esta diversidad dice mucho también respecto del modo como cada estudiante desarrolla su proceso de aprendizaje.