Tristeza de ver que en este país en el que hace rato se erradicó la pena de muerte ahora al único al que se le quiere aplicar es a un inocente.
Tristeza porque no se quiere entender que ese ser humano en el seno de su madre no tiene culpa de haber sido concebido violentamente o de no ser tan sano y con las mismas expectativas de vida que la mayoría del resto de la humanidad.
Tristeza porque se encuentran personas que valientemente en otros tiempos se jugaron por defender la vida denunciando la tortura, las ejecuciones, las desapariciones y hoy aprueban o callan ante el atropello y violación del primero y más importante de los Derechos Humanos que es el de la vida del más débil.
Tristeza porque no somos capaces de mirar la vida, toda vida, con los ojos misericordiosos de Jesús.
Tristeza de ver que no nos jugamos como personas y sociedad lo suficiente por las mujeres con embarazos dramáticos ni por los niños que nacen en situaciones altamente precarias de salud y carentes de afecto.
Tristeza porque todos a veces terminamos pensando más en nosotros mismos que en los demás.
Jesús hoy nos diría: Vengan benditos de mi Padre porque fui concebido brutalmente y a pesar de ello me ayudaron a nacer y a crecer.
Vengan benditos de mi Padre porque tenía una seria discapacidad física o psíquica y una muy mala expectativa de vida y a pesar de ello supieron valorar mi dignidad humana acogiéndome entre ustedes.
“Les aseguro que cuando lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños,conmigo lo hicieron”(cf. Mt 25,40).
P. Alvaro Lapetra, sm Párroco
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